Había una vez una niña (aunque podía haber sido un niño) que en vez de corazón,
tenía bolsas de plástico en el pecho.
Latían como podían, para bombear la vida. Pero la vida era lo más parecido a la licra: estiraba todo cuanto podía, pero siempre volvía al mismo sitio, sin emociones.
Todo estaba hecho.
Así que, un día, cansada la niña de tanta fibra que no era sensible, decidió abrir una ventana al mundo, por la que salieran sus miedos y sus espinas.
También su esperanza.
No supo exactamente nunca el porqué, pero el mundo la acogió bien, como a una más... (etc.)
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