lunes, 23 de mayo de 2016

Los lectores dicen... (III)

Siglo VIII a.C: Según cuenta Homero en la Odisea, Ulises, navegando por el Mediterráneo de regreso a Ítaca, se hizo amarrar al mástil de su barco para no caer en la trampa de las sirenas que, con su canto, atraían a los marineros a estrellarse contra las rocas.

Principios del siglo XIX: Según contaba él mismo, el pintor romántico Joseph Mallord William Turner sobornó a unos marineros para que le ataran al palo de un barco durante una tormenta, y así contemplarla y vivirla desde dentro.

Principios del siglo XXI: La poeta Lola Crespo se amarra a un puñado de palabras, para navegar sobre ellas, y mirar de frente a la tempestad que nos azota por dentro. Y cuando el lector comienza a leer La muerte sobre un caballo pálido, apuntes para una tempestad (Cangrejo Pistolero Ediciones, 2016), sentimos que Lola Crespo nos amarra a su mástil y ya no podemos (no queremos) huir. Y horroriza la tempestad, el torbellino de dolor, angustia, miedo, que la autora hace nuestros. Y nos fascina, nos hipnotiza y no podemos dejar de mirar. Y sabemos que su tormenta es la nuestra.

No es preciso que un poema haga referencia a una anécdota real para que tenga valor (“También la verdad se inventa” decía Machado), pero lo cierto es que, cuando te adentras en este libro, tienes la impresión de que un dolor concreto, tangible, atenazaba a la autora; de que amarrarse a su angustia, nombrarla, fue su forma de sobrevivir; de que estos poemas tienen algo de exorcismo.

Y ello a pesar de que Lola no cae en la trampa (que habría sido legítima) de retratar detalles concretos para buscar la emoción. 

Ella no cuenta las cosas que le duelen, sólo recurre, una y otra vez, de manera obsesiva, a la metáfora del mar y la tempestad: Islas, truenos, ahogados, mástiles, noche…

  “Bienaventurados los que se miden con el mar / porque de ellos serán todos los naufragios”.

Mientras leemos, más que a estar amarrados en un barco durante la tormenta, tenemos la impresión de estar sentados en la playa, después de la tormenta, viendo cómo las olas arrojan a la costa los restos de un naufragio. Poemas cortos, de formas muy distintas, sin hilo narrativo, que ni comienzan ni acaban. Parecen fragmentos de algo mayor, de un barco hundido cuya forma podemos llegar a intuir, pero que nunca se nos revela en su totalidad.
Y, junto a las palabras de Lola, las ilustraciones de Ángeles Fernández. Cuerpos famélicos, calaveras, medusas, hojas secas. Imágenes que se entremezclan y se clavan en las palabras, como las algas y las caracolas se incrustan en las tablas del barco hundido. Imágenes que intensifican el desasosiego, la mezcla de horror y fascinación, el no querer mirar y no poder dejar de hacerlo.




La tempestad nos devasta en esta travesía, pero nunca vence la desesperación. Podemos sentir que, en algún momento, cesará la tormenta. 







“Porque todo era un medio para ser feliz (…) Y una luz por esperar”.




TEXTO: ANTONIO J. SÁNCHEZ FERNÁNDEZ

martes, 10 de mayo de 2016

Los lectores dicen... (II)


Es este rumbo que a nadie pertenece el que dirige
mi paso nómada.
Este paso sin huella,
este ir hacia donde.

Soy un gesto prestado.


Y un límite


He leído dos veces en las últimas veinticuatro horas, “La muerte sobre un caballo pálido”.   Es el último trabajo editado por Lola Crespo, que lo subtitula con modestia como “apuntes para una tempestad”. 

Yo lo veo, como un Camino Iniciático, en el que ha plasmado algunas de sus experiencias culturales y humanas. Las primeras, como poseedora de una vasta cultura, y las otras, fruto de sus numerosos viajes por Europa, África y América del Sur. Ignoro si en este momento ha llegado a encontrar su Grial, pero en todo caso pienso que si no es así, está muy cerca de hallarlo.


En su obra, en la que emplea a veces metáforas muy claras y en ocasiones otras que no tiene por qué desvelar, manifiesta –positivamente segura de ello- que después de cada situación por difícil que se nos presente, habrá una Esperanza, aunque quizá haya que empezar de nuevo.
Isla decepción. Ilustración de Ángeles Fernández

          Como ocurre en las manchas de tinta del Test de Rorschach, cada cual identifica lo que cree conocer mejor, así yo, me he fijado especialmente entre todos sus versos destacables, en los siguientes: 


           Contar millas,
          enumerar puertos conocidos,
inventar islas,
creer que existen;
tal vez llegar a la mentira para desembarcar
y, por fin,

creerse a salvo
mientras galopa la muerte



Ilustración de Ángeles Fernández


Bravo, Lola

(Jaclo)

lunes, 9 de mayo de 2016

"...de una mujer que casi conoció a Panero"


"La muerte sobre un caballo pálido es arrastrarse ciego por la arena abrazando el aire mojado con la única guía el trueno, el único temor el rayo. Al igual que la obra de Turner el texto está concebido desde la tormenta, desde una experiencia que huye del hipster escenario de la poesía moderna. El poemario (c
onceptual) de Lola Crespo no es una ecuación desgranable con un mensaje encriptado, existe un sentido, un detonador común en los textos pero "La muerte sobre un caballo pálido" es un cuaderno de bitácora de un naufragio, no el mapa de un tesoro.

La voz que narra el texto es una voz morbosa que mira a la muerte sin miedo a mojarse la cara, sabiendo que la imagen de lo que se descompone es menos lacerante "in situ" que en nuestra memoria. Existen formas y modos conocidos, el amor y su opuesto ahora omnipresente, ocupa el mismo espacio que la decepción y esto traviste toda la lucha de consabida derrota, la temática de una mujer que casi conoció a Panero, que promete que no habrá más dolor que "este" dolor y que conoce que no existe amor más fuerte que el del adicto.

Definitivamente La muerte sobre un caballo pálido, no es un círculo cerrado, es un punto y aparte que une dos líneas paralelas en el infinito.


Rubén Ruiz G.
(Actos poéticos)



miércoles, 4 de mayo de 2016

Apuntes para una tempestad (II)


"Tormenta de nieve: un vapor situado delante de un puerto hace señales en aguas poco profundas y avanza a la sonda. El autor se encontraba en esa tempestad la noche en que el Ariel abandonó Harwich". Con esta larguísima descripción, J. M. William Turner subtituló su obra "Tempestad de nieve en el mar" (1842).




Se atribuye a Turner el pasaje de la leyenda que le sitúa convenciendo a un marinero, en plena tormenta, para que lo introdujera en ella con el fin de experimentarla. Dicen que, entonces, se hizo atar al mástil –como Ulises sobreviviera a las sirenas- en su necesidad de captar la autenticidad de la desmesura y el trazo del miedo de la tempestad.

La genial imprudencia de Turner me parece la imagen perfecta para condensar el arrojo ante el peligro, el gesto ante el reto de la naturaleza que trasciende al ser humano y, sin embargo, no deja de formar parte de su propia esencia. "Faltó poco para zozobrar", escribió después.

La obra del pintor y su impulso romántico recorren buena parte del poemario "La muerte sobre un caballo pálido", que es también, por cierto, título de otra de sus obras.



“… y acertadamente puede medir el temperamento de la naturaleza”  Ruskin (refiriéndose a W. Turner)

Había que medir el temperamento,  adentrarse en la mirada del náufrago.
Había que hablar en el desierto de los días.
La paciencia es el lugar en el que, a veces, logran descansar los desamparados.
Qué extraña luz ésta que se apodera de la esperanza.
El caos no es más que un cuerpo abierto.
Había que difuminar el mundo,
burlarse del caído Polifemo,
remolcar al Temerario.
Había que…

Autorretrato de Turner


A veces me da miedo la luz. Hay en ella tanta transparencia.
¿Y si la atmósfera está vacía?
¿Y si el aire es sólo aire?
¿Acaso podría ser otra cosa?
 
Lluvia, vapor y velocidad. La luz que cambia. La luz sólida. Los cuerpos líquidos.

A veces me da miedo la luz.
Hay en ella tanta transparencia.
Y traigo la derrota de los siglos.