martes, 19 de enero de 2016

¿Qué se siente en tierra de nadie?

"... a su entierro no fue ningún rey, nadie lloró por él"
La muerte debería ser un acto íntimo, tan natural como rebelde, pero nunca lo es. También debiera ser cotidiana, pero nuestra incapacidad de saber vivir nos impide morir bien. Siempre nos pilla desprevenidos, con el paso cambiado. ¿No será que, desde hace mucho, tenemos el paso extraviado?

Cuando una persona de la calle muere -en un albergue, en un hospital, en un cajero o en una plaza-, su muerte se silencia. Como si no hubiera nada que decir. Ah, que no se me olvide. Está también la Ley de protección de datos, que legisla su dignidad. La misma que no me permite decir el nombre del hombre de ojos azules, pero sí llamarle y verle como un yonki del montón; la misma ley que obvió sus necesidades -no es un tirado, es un enfermo- en una sociedad materialista, injusta y muy enferma. La ley que institucionalizó el frío en los huesos a través de políticas sociales que poco tienen que ver con el bienestar social y mucho con el escaparate; la ley de la caridad de código de barras.
 
Decía que esas muertes se silencian. Será porque no habrá nada que decir. Pero a mí, ese silencio me habla a voces. Y me lo dice TODO. Me dice que los que mueren solos nos señalan con el dedo; me dice que los excluidos nos convierten en los que excluimos; me dice que "desde este lado" difícilmente seremos capaces de reconocer el miedo y que nunca podremos llamarnos dignos si toleramos la injusticia.
 
Se veía venir que una persona "en esas condiciones" muriera, me dicen. Lástima que entre "esas condiciones" no hubiera sensibilidad. Sensibilidad transformadora. No le veo sentido a un albergue o a un centro municipal que actúa como un hostal -de camas rotatorias- en el que, cierto es, los trabajadores se implican todo lo que pueden, pero las políticas empresariales no calibran un balance humano, que apunte a la totalidad, más que a criterios de rentabilidad. Y nuestras políticas municipales lo permiten
 
Y, si se venía venir, ¿con qué herramientas contaban? ¿qué otras necesitan? ¿qué se hizo o se dejó de hacer? ¿cómo mejorar? ¿para que sirve una muerte en la habitación de un albergue si no es para tomar nota desde los despachos? ¿A cuántos más veis venir y calláis? Cada seis días, muere una persona en la calle.

Me entero de esta muerte por los compañeros de albergue de la persona que ha muerto. Y siento el duelo y el miedo. ¿Alguien se plantea qué siente una persona sin hogar que vive en el albergue cuando otra -con la que tiene poca, mucha o ninguna relación- muere?

Bienaventurados los que mueren entre adoquines, colillas o miseria porque sólo ellos nos señalan nuestra miseria.
  

lunes, 18 de enero de 2016

Saltar por los aires

Mercado cerca de Ouagadogou (Burkina Faso), julio de 2000.
Saberse desteñida. La piel se resbala del calor. 
Y niños.
El sábado desperté con la noticia de que uno de los pocos hoteles de lujo de la capital de Burkina Faso, Ouagadogou, había saltado por los aires en un atentado terrorista. La radio sigue con sus noticias, pero yo me quedo en esa, paralizada.

No recuerdo si llegué a conocer aquel hotel de piscina apetitosa en el mes más intenso de la estación seca el día antes de mi regreso a España; justo la tarde de antes, cuando nos invitaron a conocer "esta otra manera de vivir", después de haber estado en poblados dispersos, tiendas de todo tipo, y en caminos que van a todas las partes y a ninguna; cuando la noche no es una palabra en un poema; el calor es calor y las palabras, son lastres para olvidar... cuando la lengua no es llave para el encuentro.
Se me resbala la piel y, con ella, la vida.
 
Oagadogou era un avispero de hombres y mujeres dignos. Eso significa, literalmente, la palabra Burkina Faso, que da nombre al país: "la patria de los hombres dignos". Allí conocimos, de la mano de Intermón, el milagro de la lucha, de la superación, las clases-escuelas llenas de sentido, la necesidad de saberse comunidad para unir esfuerzos frente a la estación seca, o a la de lluvias, o ante tantas cosas.






¿Ves a ese hombre?, me advierte alguien de la zona.
Es un conocido traficante de armas. Aquel otro organiza cacerías "salvajes"; los de aquel grupo, tripulantes europeos de los vuelos que hasta aquí llegan.
No puedo dejar de mirar aquellos hombres que tienen guardaespaldas y que se saben dueños del duelo que pisan.
 
El otro mundo.

Porque yo he venido a recorrer las pistas de tierra roja, a ver escuelas y a participar en ellas, a vivir en el poblado donde todo es vida, donde todos es lucha, vivencia y supervivencia. a apostar por la educación práctica como motor de cambio porque otro mundo es posible y la educación, ahora, sirve para romper el círculo de la pobreza.

Y allí están los ojos grandes de los niños que conocí y que aún no sabían del miedo o la maldad y a los que yo cambio cuentos por pájaros.

Todas estas cosas y muchas otras se me vienen a la cabeza.


Aquí la noticia: "Un hotel-casino de Uagadugú, capital de Burkina Faso, ha sido asaltado la noche del viernes por varios hombres armados. El establecimiento, ubicado en el distrito financiero de la ciudad, es frecuentado por turistas occidentales. También es habitual que se alojen allí las tropas francesas que participan en la 'Operación Barkhane', dedicada a luchar contra el yihadismo en el Sahel..."

 
Algunos pocos recuerdos, aquí.  Los que no han saltado por los aires.
Continuará...


jueves, 14 de enero de 2016

No olvides amar la inmensidad

Ilusión: Engaño, idea irreal.
Ilusión: Esperanza, motor de cambio.

Arthur Dove vive en su casa flotante con Helen:
Ámame-como-se-ama-al río, le dice la comunista de pelo rojo.
Ámame-como-el-silencio-rodea-la-noche, replica él.
Hubo una vez un tiempo de estrellas y pan de oro. Cada luz ocupaba su sitio en la negritud. Aquí, el río; ahí, la risa; allí, el decoro; ahí el fragmento.
Cuando todo es párpado en la luna,
cuando la cólera tiene los colores de los juncos,
cuando el amor es el principio y el fin,
entonces, un látigo en la ciénaga.

Seremos náufragos del aire,
pero la luz,
dispuesta,
sale de las manos.

Qué, si una neumonía; qué, si Boris Vian sabe de otros nenúfares, qué; si rompes lo que amas; qué, si hoy todo.

Aunque "la luz es luz porque dibuja sombras" no puede negar su propia naturaleza, y se desdice una y otra vez.

No olvides amar la inmensidad de cada capítulo en el libro azul de las horas.
 




 

miércoles, 13 de enero de 2016

Escribiremos sobre el agua

Viniste del lado en el que la paciencia es un reguero de tiempo ajeno a la vida, y es vida. Y vienes a traerme la quietud del agua.
El don del frío creador y su moho verde son la misma cosa.
No hables,
no hables.
No sé si detenerme en tu lengua, limpia de roces y del decir de la lluvia.
Me traes el mensaje de la grandeza de los tiempos, ahora que es imposible creer en misivas; ahora que se ha ido el tacto del terciopelo de los árboles sabios.
Aquí, el rumor vencido, a cámara lenta, repite la armonía de la misma vocal. Escucha al viento repetirse. También lo hace la luna, cuando acude puntual a su puesta de largo para envenenar el luto de las noches.

"Toma mi vista.
Ten su luz.
Sólo así recuperarás el latido".

Ya no necesitas aguantar el aire.
Ten, llévate esta armonía deforme, ponla en el fondo de aquel pensamiento.
Llévatelo hasta donde el verde es origen y no hay duda en tiempos de eclipses.

Nolli me tangere.

Autora desconocida
 
Sólo resucitaremos al amanecer
y escribiremos sobre el agua.