En el interludio de la creación, los vacíos se multiplicaron, las presencias se diluyeron, las ausencias acamparon a sus anchas sin ser productivas y dejó de tener sentido buscarle al tiempo segundos para ayudar al reloj en su perenne viaje. A fin de cuentas, si éste se iba a mover conmigo y sin mí, ¿qué más daba?
Y andando los días y las noches, mira tú por dónde, que un espacio en blanco se empezó a convertir en la seña del olvido, en la mancha del vestido nuevo, en la ventana tapiada para los versos, en el muro de los lamentos en el que no podrás escribir, porque todo él es una queja hueca.
Por favor: Que alguien (tal vez tú) le recuerde a los ecos su cometido; por muy cansada que se sienta la montaña de estar siempre de pie tratando de hacerle ver al eco, una y otra vez, que su resistencia solo tiene sentido si la voz tiene cabida,
tiene cabida, tiene cabida...
tiene cabida... cabida....
cabida...cabida...
vida, vida,
vida, vida,
vida...
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