Y mientras el escritor miraba más allá, le clavó un alfiler mediano, con la cabeza negra, junto al tercer lunar del cuello.
Estupefacto y divertido, el escritor dejó salir una enorme carcajada que olía a tinta. Era monosilábica y rítmica. Casi construía endecasílabos, pero justo cuando estaba a punto de llegar al "ja" número diez, justo en ese momento, cambiaba de verso, para construir una segunda línea en el aire, llenando todo de alegría. El ritmo parecía tornarse encadenado en los tercetos, que parecían imitar a Garcilaso y sus metros italianos. Pero no puedo terminar, porque cuando estaba cerrando el segundo terceto, volvió a notar un picotazo -esta vez, enorme- que le hizo contener la respiración, mientras comenzaba a preguntarse cómo podía sufrir tanto un corazón.
-"Te dije que te dolería", le repitió la costurera con la misma simplicidad de antes. "O, ¿qué creías tú que era hacer poesía?"
El escritor, aturdido, se llevó la mano al pecho. Se alivió algo al comprobar que no sangraba, pero notó -como si lo viera- cómo, por dentro, un brasero de picón iba quemando todos los versos que había escrito a lo largo de su vida, hasta desahuciarle.
Tienes toda la razón, la poesía es... en parte... dolor. No he escrito los comentarios en orden, y éste es el último que te escribo. Me ha impactado mucho el cuento, aunque hoy no pueda expresarme muy bien porque estoy poco lúcida.
ResponderEliminar¿Qué te puedo decir? Me encanta como escribes, me encanta como eres y me siento afortunada de tener un hueco, por mínimo que sea, en tu vida.
Ojalá nos veamos pronto, cuídate y sigue escribiendo.