... llegó en silencio,
oliendo a púrpura quemada.
Un racimo de farolas alumbró al delirio
"en una calle cualquiera, camino de cualquier parte".
Dos gritos quebraron el vacío de acontecimientos:
uno, saludó al comienzo;
el otro, se tapó los ojos
para que no le vieran regar el encuentro
con la humildad.
Para Álvaro.
Camino a la Posada del Lucero.
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