Había un murmullo de estaciones.
Y en aquel viaje sin retorno
mira tú si ladraba al Párkinson,
a pesar del desgobierno.
Había un murmullo de estaciones.
Y la intuición, de puertas abiertas,
barría una tarde de abstraciones,
de ausencias y cristales.
Era abrir los ojos,
y acudir el relámpago
para oscurecerlo todo.
Llegaste a ser
un palacio lleno de patios secretos
con galerías de bronce...
(Se arrastraba demasiada vida en los ojos,
entre cucharadas de silencio.
Menos mal que las hojas
hilvanaban la realidad).
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Hay un "hombre sin hombros" en la ciudad donde vivo que se viste de "calle" para parecer persona, para que los transeúntes no se asusten ante el cambio de su mirada, de sus mejillas hundidas o de sus pómulos mestizos clavados en su cara. En definitiva, hay un hombre sin hombros... Y existe una calle en mi barrio que madruga de madrugada para maquillarse y vestirse de hombre sin prejuicios, hombre que no juzgue el cambio inevitable de las calles por el paso de las décadas. Calle que se esconde entre sus calles congéneres mientras pide a gritos que no la delaten como calle cuando es hombre.
En definitiva, existe una calle...
Cuando "calle" y "hombre" se encuentran en la catedral de Granada por casualidad, ambos pactan el silencio, y se toman un vino fuerte en el bar más recóndito y vacío de la ciudad. "Calle" promete no fijarse en sus arrugas, mientras "hombre" jura que no volverá a prestar atención a la vejez cambiante de las calles. Ambos saben que se mienten, pero la mentira es tan dulce e ingenua que ninguno tiene reproches...
DB