martes, 13 de diciembre de 2016

La última voluntad de Jeanne Baret

Este es el texto que Ana Alvea creó para dialogar con "La muerte sobre un caballo pálido", allá por la presentación en la Feria del Libro. Y es una preciosidad.


La última voluntad de Jeanne Baret 
(exploradora francesa, 1740)

Hace años llegué a Isla Decepción disfrazada de hombre. Soñaba con navegar y dar la vuelta al mundo, en algo más de ochenta días. Aspiraciones vetadas  para cualquier mujer de mi tiempo.

Con Ana Alvea en la Casa del Libro.
En mi travesía he descubierto muchos prodigios. Y entre ellos, a los habitantes de esta isla: Los domadores de fuego. Desde pequeños se adiestran para convertir  las llamas en agua, cuando la hoguera es avivada por el Viento de la Discordia, que la empuja a propagarse por todo el bosque para que arrase  la isla. Si algún crío no lograra amainar con su corazón un incendio, el Consejo de Sabios Ancianos clama entonces a la Diosa de la Lluvia, para que en dádiva, se derrame sobre ellos. He aquí el secreto de su paradisíaco paisaje: no conocen la destrucción, ignoran el fatídico daño del fuego enfurecido sobre la fauna, la pureza del agua o de la atmósfera, sobre su propia tribu.

En esta pacífica isla quisiera vivir mis últimos días. Bajo este sol, en el calor del fuego amigo.

Lejos muy lejos
del infernal ruido de los videntes.


viernes, 9 de diciembre de 2016

Me pronuncias...

Me pronuncias. Soy tormenta que crece y muerde tu nuca.
El dolor naufrago de todos los faros en el crepúsculo.

Con la primera brisa han llegado cargados de hombres rotos los pájaros,
sucios como trapecios sobre el océano.
Bandadas amarillas como cometas en la arena,
Juan Cuevas ante el escaparate/fondo marino de "La Beni"
quebradas por los anfibios
que lloraban entre nuestras piernas.

Aún bebe el dolor del cristal
donde Noche marchó a mendigar.

Me callas. Y es de alga tu huida.
Tan roja la amapola que pisas.

Desde aquí sólo escucho
el color vencido de las viejas ballenas,
trazo mapas desordenados
al amanecer,
espero que la brújula señale
el camino de los cordones desatados.

Aún tarda la lluvia
en borrar las encías de las caracolas.
La madera tiene memoria de buzo.
Hay otro mar donde podremos
Negar el agua que nos unió.

Te nombro.
Como un planeta desorbitado,
como a los insectos que duermen
en el dorso de mis manos.
Desde el asombro te nombro.

Quedará el agua
y su memoria desbordada.
Las geometrías desaprendidas
en la esquina de los días.
El humo donde ardieron
todos nuestros barcos de papel.



Juan Cuevas, Sevilla, 2016 (para La muerte sobre un caballo pálido)

lunes, 5 de diciembre de 2016

Transgredir las sombras de la noche


Quienes nos han leído (u oído) dicen... (II)

"En los enjambres solitarios de un cruce de caminos diseñado por Fau Trujillo y Lola Crespo, entre marcas de agua de guitarras, suenan las letras la magia de sus negros. El tacto de una pluma embriagada de azules me recuerda que, aunque el pájaro sigue volando entre las nubes y el whisky junto al hielo, cada vez que los labios se acercan al brocal de la copa, igual que el blues, su sabor nos refresca y nos quema con suavidad. 

Junto a la verja de arpillera trenzada, la blanca pluma que el pájaro de fuego nos regala, invita a trasgredir las sombras de la noche y a abrir la jaula herida para que el blues nos cuente a qué saben las cuerdas de sus guitarras. Y comienza el concierto de las letras, página a página, mientras Fau, con sus certeras yemas, manda a su abultado vientre los sonidos que Ella, la guitarra, nos regala. 

A la sombra de Robert Johnson, dos autores nos pasean por la promesa de un viaje a New York, una visita al Brooklyn tejido a golpe de blues, y las negras laderas de un Chicago vestido del soul que uniendo jazz y blues, da cuerpo al triunvirato. Junto al sudor del mástil nos sumergen en la edad del Mississippi y asomados a los balcones de New Orleans nos tararean la voz negra de la guitarra de Jane Lee, nos cuentan la intensidad del blues rock de Johnny Winter y del desgarro desatado de aquella hija del amanecer de voz carbón que llamaban Rosetta Tharpe. 


En otra arteria de este delta, que parte desde un cruce de caminos, nos enseñan la voz de San Francisco siguiendo los meandros que la sinuosa piel de la víbora dibuja en el terreno atraída por las decenas de discos que John Lee Hoocker dejó a resguardo en la casa del blues. A mis ojos atorados, se le encendieron lágrimas de negra sal al detenerme en la autopista 61. Al ver la sangre de Bessie Smith corrieron a esconder en su vagón, a resguardo del frío de la ausencia, todos los recuerdos negros que ella nos parió. 





Con esta comba musical que nos dirige, se nos invita a un salto desde el enero en Tennessee hasta el julio de Memphis mientras escuchamos esas notas bucólicas que, aún lejanas, huelen a vaca y al humus conque Fred McDowell fertiliza sus músicas. Victoria Spivey, Miss Victoria nos ofrece, cigarro y guitarra en mano, toda la sombra de su piel negra con elegancia. Ella, ahora, desde su otro reino, sigue cantando con los compases desgarrados de su voz.

Al final de todos los caminos, a la sombra de Robert Johnson, nos espera Muddy Waters para romper los silencios con su guitarra y contarnos que todos los suburbios de su Chicago siempre fueron negros, como el gato. 

 Un bonito paseo, a la sombra de Robert Johnson, donde la protagonista tras hacer un gran pacto con el diablo, se sigue llamando música y más concretamente, guitarra; guitarra y blues, guitarra herida".


Juan Martínez Iglesias
Diciembre de 2016

sábado, 3 de diciembre de 2016

'Dame una palabra y te daré un mundo; dame un punto de apoyo y moveré... ' Word & World & more.  A la sombra de R. J.
Fau Trujillo & Lola Crespo.

Diario de Sevilla, 3/12/16





viernes, 2 de diciembre de 2016

La hora del blues

"¡Sacudíos el polvo de las pupilas! ¡Desperezad vuestros corazones del letargo! ¡Dad rienda suelta al gozo! Lola Crespo vuelve a las andadas. Y lo hace con una poesía de muchos quilates. Sí, con ritmos diabólicos y geniales, desde el blues más auténtico y genuino, llevándonos hasta confines nunca hollados por la palabra convencional. Y es que la pujanza de su música, el empuje del sonido, el definitivo caudal de ritmos con que se pueden expresar los sentimientos… transforma, en metamorfosis radical, la percepción con la que nos emocionamos ante el mundo de la vida. 


Los personajes de esta historia se afanan por alcanzar cumbres celestes, por desvelar del vacío una nota maldita, por esculpir una frase superlativa, que aún destila, en su rumor a oleaje, sabor a insomnio, alcohol y melancolía, y versos de monumental fuerza…, todo para fusionarse en una composición inigualable. 


Brotan desgarraduras de las cuerdas; emerge, poderosa, la voz quebrada de la noche, danzan las estrellas en la inmensidad, y los ocasos dejan su lugar a melodías pegadizas e imposibles de eludir. Todo para deleite de los sentidos más exigentes. Acaso sea la palabra lírica una excusa para ensimismarse en mundos de fulgor inaudito, con resonancias tremendas e ideales, de paladar sabroso y con tintes de intensidad crepuscular, plena en matices y sugerencias…acaso. 

En el poemario, Lola Crespo bucea por paisajes de leyenda, aureolados por el exceso y el placer, y una infinita sapiencia anima sus páginas, insuflando color y melancolía a las figuras. Su palabra poética nos traslada hasta atardeceres nimbados de horizontes, repletos de raíces jugosas. La pretensión de recrear imposibles, de dibujar imponderables, de corregir lo efímero con trazos de perdurabilidad… está en cada una de sus páginas. 




El ávido lector podrá recoger todo un cúmulo de cosechas feraces, que huelen a trigo y a libertad. Porque de eso se trata, de ser libres en y por la palabra poética… todo se confabula en este poemario para hacer añicos la indiferencia. 

Es la hora del blues. Es la hora de la poesía".

Daniel Montes Rivero

lunes, 28 de noviembre de 2016

A la sombra de... R.J.

Blues & spoken word; spoken word y poesía...

Enérgicas y transgresoras; así fueron ellas. Malditos y rebeldes; así ellos.
Y os esperan, en un cruce de caminos, el próximo sábado 3 de diciembre, a las 20 horas, en La Carbonería. 
Aquí, mi nuevo libro -junto a Fau Truijillo- que huele a blues; a mucho blues: A la esencia de Victoria Spivey, Bessie Smith, Muddy Waters, J. Lee Hoocker, Johnny Winter o Rosetta Tharpe, entre otros/as.
(& Nothing but the devil).
A su memoria.
A la memoria viva del blues.
Cartel de Jose Angel Moreno (JAM)




miércoles, 23 de noviembre de 2016

Caronte y Psique, por Lorenzo Ortega

Aquí el precioso texto con el que Lorenzo Ortega nos presentó, a Miriam Palma y a mí, el pasado sábado 19, en el recital de exilios y tormentas, en la librería Un gato en Bicicleta. 

"Exilios y tormentas. En torno a Caronte y Psique" -ponía en el cartel. El aula era laberíntica, digna de un dédalo sin lengua. Miriam y Lola alternaban versos. Un corro de chicharras cantaba tras la ventana. Fuera había fiesta. Y musgo en las tapias del cementerio.
-"Algunos poetas habitan los umbrales en los que las palabras aún invocan a las cosas" -recitó Miriam.
-"Aquel tridente bestial se nutría de mis latidos. Los únicos que desprendían un destello de humanidad en el despertar del dolor" -recitó Lola.

-Maestra, maestra -llamé desde el pupitre de atrás.
-¿Por qué nombras dos veces? -oí decir a Caronte.
-Porque hay dos -le contesté.
-No interrumpas, no molestes, con quién hablas, por qué hay dos -dijeron las pitias desde la pizarra.
-Porque tenéis dos ruecas. Y dos mares. Y dos exilios. Y dos caballos blancos -contesté desde el pupitre de atrás.
-Y tú tienes dos manzanas rojas envenenadas -oí decir a Caronte.
-Me las diste tú -le recordé.

-Con quién hablas, con quién hablas -dijeron las pitias desde la pizarra, mientras bajaban el escalón de la tarima que las mantenía elevadas un palmo.
-Con nadie -dije.
-Mentira, mentira -doblaron las pitias.
-Con Caronte -rectifiqué.
-Mentira, mentira -repitieron mientras avanzaban entre las mesas.
-Con Demian -aseguré.
-Mentira, mentira -dijeron-. ¿Y estas manzanas? -preguntaron en mis sienes.
-Para vosotras. Por los valles de lágrimas. Morded.
Y entonces murieron a este lado para atravesar el tiempo mítico, para hilar secretos al viento. Y soplar su canción: "Dame veneno que quiero morir, bello Caronte". Y renacieron dos Psiques nuevas, una a cada orilla del río. "Y en cada puerto tengo una mujer", silva Caronte. Hasta quebrarse. Hasta quebrarnos.

Algunas fotos de la acción poética, en este enlace.







lunes, 14 de noviembre de 2016

Los lectores dicen (V) - "De la muerte sobre un caballo pálido..."

La muerte sobre un caballo pálido en la visión de Jürgen Washuskein

¿Podemos evitar las tormentas en nuestras vidas? No, evidentemente. Sin embargo, eso no supone que las vayamos a afrontar desde la sinceridad o la valentía, o que vayamos a salir ilesos de ella. El tema principal sobre el que se construye La muerte sobre un caballo pálido es precisamente ese, el de la experiencia de la tormenta, dificultad. Por eso, uno de los aspectos en los que más se incide es en la honestidad:

Siempre fue más fácil hacer un nudo que entender su
recorrido.
Siempre fue más fácil vaciar el estómago de verdades que
digerir las mentiras; aquellas lapas cristalizadas,
tan peligrosas para piel
como frágiles a la luz.

Ilustración de Ángeles Fernández



En este mismo sentido, también, los versos:

Toma este rostro, dijiste.
Toma,
así podrás mirar para otro lado.

Estilísticamente, en ellos la frase hecha no se violenta como una mera demostración de ingenio, sino como una manera surrealista de abandonar la realidad ordinaria para reflexionar desde nuevos ángulos sobre la convencionalidad de la hipocresía.
En efecto, podemos negar la realidad, dulcificarla o, directamente, mentirnos. Lo verdaderamente difícil es estar dispuesto a aceptar lo que nos va a decir, sea lo que esto sea. Aceptar que, a la salida de la tormenta, el aprendizaje nos hará, necesariamente, distintos de lo que fuimos, en una suerte de viaje sin retorno al confort inicial:

La excepción solo pertenece a los que no saben de reglas.
Y tú, ignorante, ya sabes demasiado.

Porque, además, la tormenta es dura. Más allá de ese bello objeto de contemplación en que lo hemos convertido los urbanitas, el mar es un medio hostil, que pone constantemente en jaque la supervivencia del hombre. Poéticamente cumple el cometido de enfrentarnos a su inmensidad como contrapunto de la pequeñez de nuestro yo:

¿De qué forma soltar la herida sin que cayese al mar
y fuera pasto del hambre del abismo?

La parte más dura del libro, La muerte sobre un caballo pálido, toma, entre otras fuentes de inspiración, los cuadros de William Turner. En ellos asoma en ocasiones ese enfrentamiento constante contra la destrucción que encontramos en muchos pasajes de la Residencia en la tierra de Neruda, pero también esos fantasmas de la noche que acechaban los poemas breves de Alejandra Pizarnik. Encontramos expresiones bastante logradas como:

Entrar en el sistema nervioso de la muerte,
este tapiz delirante,
y sobrevivir a su calambre.

O cuando se nos advierte:

El anonimato de los nombres conoce el sonido de la certeza.
Algún día sonarán las sílabas de sus gentilicios. Algún día.


Ilustración: Ángeles Fernández


Esta mención a los gentilicios nos retrotrae a los tiempos en los que aún no existían los apellidos, en los que para designar a una persona bastaba con hablar de María de Magdala o Heráclito de Éfeso; aquéllos en que se fraguó nuestra ciencia y nuestra religión.
También cuando se llama al sueño “acuario de miedo”, con el que se subraya de un modo muy poco convencional la pasividad con la que somos convocados al espectáculo colorido de nuestros miedos y anhelos. La deuda con la pintura se aprecia de nuevo en uno de los poemas situados en pleno corazón del libro, que pretende abrazarse en su acompañamiento al cuadro cuando dice: “esta furia en las manos,/esta capilla ardiente,/fría,/como el lento crepitar del mundo/difuminado/al fondo de este paisaje en llamas//y vacío”.
O cuando se nos evoca una baranda en la que “el aire detiene el suicidio de los muertos”, que se nos plantea como una especie de reverso del Apocalipsis, libro en que los vivos estaban condenados a sobrevivir toda vez que Dios les denegaba la escapatoria de la muerte al suplicio que les esperaba.
El amor también está presente en el libro. Hay un presente en muchos versos, pero completamente borrado de su historia anecdótica. La historia real es la infraestructura vivencial sobre la que se construye la poesía, pero permanece siempre en el plano que la poeta le ha asignado previamente. En este caso, como trampolín para el aprendizaje. Ese tú aparece en poemas tan arrebatados como uno de los centrales del libro: “Sabes que estoy llena de alfabetos que presagian estas…”. Estilísticamente, la anáfora construida a partir del “Y si digo” sirve como instrumento para un yo que siente su expresión poética triunfante, y que nos remite, por ejemplo, al Lorca de la conferencia-recital del Romancero gitano:

Si me preguntan ustedes por qué digo yo: “Mil panderos de cristal herían la madrugada” les diré que los he visto en manos de ángeles y de árboles, pero no sabré decir más, ni mucho menos explicar su significado. Y está bien que sea así. El hombre se acerca por medio de la poesía con más rapidez al filo donde el filósofo y el matemático vuelven la espalda en silencio.

También hace acto de presencia en el poema: “Paso a paso se desliza la piel por la madera sin pulir,…”, en el que la ruptura de lo convencional –siempre difícil en el extenuado caladero lírico del amor- se consigue evocando:

Una jaula abierta que mide la distancia que
existe entre tus ojos y los míos, […]

de modo que así queda expresada esa extraña e invisible dependencia que se siente respecto de la persona amada, dondequiera que esté. No obstante, tanto si el al que se alude es divino o humano, parece lejano, distante. Al lector le queda la impresión de que no será capaz de satisfacer los anhelos de la autora.

Ilustración: Ángeles Fernández

Y, sin embargo, a pesar de todo lo dicho se trata de un poemario constructivo. No en vano su subtítulo de apuntes. Vocablo que debe ser entendido en su sentido más literal y ordinario: esas enseñanzas que tomamos para superar con éxito un examen, o el reto de preparar una reunión o un plato de cocina. Esas instrucciones que llevaremos con nosotros y serán nuestros aliados en los momentos de dificultad, cuando nuestro cuerpo y nuestro entendimiento estén en apuros. De ahí la importancia de la honestidad de la que se hablaba en un principio: estos apuntes serán tan válidos, tan robustos, como la honestidad que les da sustento. Esta voluntad, sumada a la de suprimir las experiencias reales, se traduce en un gusto por lo sentencioso, por las conclusiones, en versos concentrados en que se van yuxtaponiendo sus afirmaciones. También los ecos bíblicos, como las bienaventuranzas en las que, de nuevo, la autora se alinea con quienes tienen el valor de enfrentarse a lo que tenga que deparar el destino. Y, también lo hemos visto, las expresiones hechas y refranes, igualmente vehículos de conocimiento popular.


En “Apuntes para náufragos” se nos hace testigos del aturdido despertar de uno de ellos. Pero, lejos de plantarse en lo que da de sí este planteamiento inicial, la autora lo desarrolla con sensibilidad acompasando el latir de su corazón con los vivificadores sonidos del mar, la madera y el viento. En esta misma línea “Apuntes para un despertar”, en que la autora consigue impactar de pleno en la intimidad del lector apelando a su sombra. Una sombra que no nos es hostil, ni nos evoca el lado siniestro de la realidad; que “no te nombra; sólo te acompaña”, ofreciéndose como un aliado para comprendernos a nosotros mismos, o para reprendernos desde su silencio por abdicar la responsabilidad que para con ella nos corresponde como sus dueños que somos.

Jürgen Washuskein

jueves, 2 de junio de 2016

En Apolo y Baco

"Podemos decir que los Apuntes para una tempestad de Lola Crespo conforman en sí un sistema de símbolos. Si la autora, al adentrarse en la senda negra del bosque personal e intransferible, ha sabido encontrar su propio mito tras la pérdida, su obra cumple la función de llave cosmogónica. La poesía como mediadora, heredera del papel de la guía de almas, la pitia, la sanadora que nos reconecta de dentro afuera. ¿No es ese el sentido del arte, la raíz profunda de la literatura?"

Lorenzo Ortega para la Asociación Apolo y Baco.



lunes, 23 de mayo de 2016

Los lectores dicen... (III)

Siglo VIII a.C: Según cuenta Homero en la Odisea, Ulises, navegando por el Mediterráneo de regreso a Ítaca, se hizo amarrar al mástil de su barco para no caer en la trampa de las sirenas que, con su canto, atraían a los marineros a estrellarse contra las rocas.

Principios del siglo XIX: Según contaba él mismo, el pintor romántico Joseph Mallord William Turner sobornó a unos marineros para que le ataran al palo de un barco durante una tormenta, y así contemplarla y vivirla desde dentro.

Principios del siglo XXI: La poeta Lola Crespo se amarra a un puñado de palabras, para navegar sobre ellas, y mirar de frente a la tempestad que nos azota por dentro. Y cuando el lector comienza a leer La muerte sobre un caballo pálido, apuntes para una tempestad (Cangrejo Pistolero Ediciones, 2016), sentimos que Lola Crespo nos amarra a su mástil y ya no podemos (no queremos) huir. Y horroriza la tempestad, el torbellino de dolor, angustia, miedo, que la autora hace nuestros. Y nos fascina, nos hipnotiza y no podemos dejar de mirar. Y sabemos que su tormenta es la nuestra.

No es preciso que un poema haga referencia a una anécdota real para que tenga valor (“También la verdad se inventa” decía Machado), pero lo cierto es que, cuando te adentras en este libro, tienes la impresión de que un dolor concreto, tangible, atenazaba a la autora; de que amarrarse a su angustia, nombrarla, fue su forma de sobrevivir; de que estos poemas tienen algo de exorcismo.

Y ello a pesar de que Lola no cae en la trampa (que habría sido legítima) de retratar detalles concretos para buscar la emoción. 

Ella no cuenta las cosas que le duelen, sólo recurre, una y otra vez, de manera obsesiva, a la metáfora del mar y la tempestad: Islas, truenos, ahogados, mástiles, noche…

  “Bienaventurados los que se miden con el mar / porque de ellos serán todos los naufragios”.

Mientras leemos, más que a estar amarrados en un barco durante la tormenta, tenemos la impresión de estar sentados en la playa, después de la tormenta, viendo cómo las olas arrojan a la costa los restos de un naufragio. Poemas cortos, de formas muy distintas, sin hilo narrativo, que ni comienzan ni acaban. Parecen fragmentos de algo mayor, de un barco hundido cuya forma podemos llegar a intuir, pero que nunca se nos revela en su totalidad.
Y, junto a las palabras de Lola, las ilustraciones de Ángeles Fernández. Cuerpos famélicos, calaveras, medusas, hojas secas. Imágenes que se entremezclan y se clavan en las palabras, como las algas y las caracolas se incrustan en las tablas del barco hundido. Imágenes que intensifican el desasosiego, la mezcla de horror y fascinación, el no querer mirar y no poder dejar de hacerlo.




La tempestad nos devasta en esta travesía, pero nunca vence la desesperación. Podemos sentir que, en algún momento, cesará la tormenta. 







“Porque todo era un medio para ser feliz (…) Y una luz por esperar”.




TEXTO: ANTONIO J. SÁNCHEZ FERNÁNDEZ

jueves, 12 de mayo de 2016

martes, 10 de mayo de 2016

Los lectores dicen... (II)


Es este rumbo que a nadie pertenece el que dirige
mi paso nómada.
Este paso sin huella,
este ir hacia donde.

Soy un gesto prestado.


Y un límite


He leído dos veces en las últimas veinticuatro horas, “La muerte sobre un caballo pálido”.   Es el último trabajo editado por Lola Crespo, que lo subtitula con modestia como “apuntes para una tempestad”. 

Yo lo veo, como un Camino Iniciático, en el que ha plasmado algunas de sus experiencias culturales y humanas. Las primeras, como poseedora de una vasta cultura, y las otras, fruto de sus numerosos viajes por Europa, África y América del Sur. Ignoro si en este momento ha llegado a encontrar su Grial, pero en todo caso pienso que si no es así, está muy cerca de hallarlo.


En su obra, en la que emplea a veces metáforas muy claras y en ocasiones otras que no tiene por qué desvelar, manifiesta –positivamente segura de ello- que después de cada situación por difícil que se nos presente, habrá una Esperanza, aunque quizá haya que empezar de nuevo.
Isla decepción. Ilustración de Ángeles Fernández

          Como ocurre en las manchas de tinta del Test de Rorschach, cada cual identifica lo que cree conocer mejor, así yo, me he fijado especialmente entre todos sus versos destacables, en los siguientes: 


           Contar millas,
          enumerar puertos conocidos,
inventar islas,
creer que existen;
tal vez llegar a la mentira para desembarcar
y, por fin,

creerse a salvo
mientras galopa la muerte



Ilustración de Ángeles Fernández


Bravo, Lola

(Jaclo)

lunes, 9 de mayo de 2016

"...de una mujer que casi conoció a Panero"


"La muerte sobre un caballo pálido es arrastrarse ciego por la arena abrazando el aire mojado con la única guía el trueno, el único temor el rayo. Al igual que la obra de Turner el texto está concebido desde la tormenta, desde una experiencia que huye del hipster escenario de la poesía moderna. El poemario (c
onceptual) de Lola Crespo no es una ecuación desgranable con un mensaje encriptado, existe un sentido, un detonador común en los textos pero "La muerte sobre un caballo pálido" es un cuaderno de bitácora de un naufragio, no el mapa de un tesoro.

La voz que narra el texto es una voz morbosa que mira a la muerte sin miedo a mojarse la cara, sabiendo que la imagen de lo que se descompone es menos lacerante "in situ" que en nuestra memoria. Existen formas y modos conocidos, el amor y su opuesto ahora omnipresente, ocupa el mismo espacio que la decepción y esto traviste toda la lucha de consabida derrota, la temática de una mujer que casi conoció a Panero, que promete que no habrá más dolor que "este" dolor y que conoce que no existe amor más fuerte que el del adicto.

Definitivamente La muerte sobre un caballo pálido, no es un círculo cerrado, es un punto y aparte que une dos líneas paralelas en el infinito.


Rubén Ruiz G.
(Actos poéticos)



miércoles, 4 de mayo de 2016

Apuntes para una tempestad (II)


"Tormenta de nieve: un vapor situado delante de un puerto hace señales en aguas poco profundas y avanza a la sonda. El autor se encontraba en esa tempestad la noche en que el Ariel abandonó Harwich". Con esta larguísima descripción, J. M. William Turner subtituló su obra "Tempestad de nieve en el mar" (1842).




Se atribuye a Turner el pasaje de la leyenda que le sitúa convenciendo a un marinero, en plena tormenta, para que lo introdujera en ella con el fin de experimentarla. Dicen que, entonces, se hizo atar al mástil –como Ulises sobreviviera a las sirenas- en su necesidad de captar la autenticidad de la desmesura y el trazo del miedo de la tempestad.

La genial imprudencia de Turner me parece la imagen perfecta para condensar el arrojo ante el peligro, el gesto ante el reto de la naturaleza que trasciende al ser humano y, sin embargo, no deja de formar parte de su propia esencia. "Faltó poco para zozobrar", escribió después.

La obra del pintor y su impulso romántico recorren buena parte del poemario "La muerte sobre un caballo pálido", que es también, por cierto, título de otra de sus obras.



“… y acertadamente puede medir el temperamento de la naturaleza”  Ruskin (refiriéndose a W. Turner)

Había que medir el temperamento,  adentrarse en la mirada del náufrago.
Había que hablar en el desierto de los días.
La paciencia es el lugar en el que, a veces, logran descansar los desamparados.
Qué extraña luz ésta que se apodera de la esperanza.
El caos no es más que un cuerpo abierto.
Había que difuminar el mundo,
burlarse del caído Polifemo,
remolcar al Temerario.
Había que…

Autorretrato de Turner


A veces me da miedo la luz. Hay en ella tanta transparencia.
¿Y si la atmósfera está vacía?
¿Y si el aire es sólo aire?
¿Acaso podría ser otra cosa?
 
Lluvia, vapor y velocidad. La luz que cambia. La luz sólida. Los cuerpos líquidos.

A veces me da miedo la luz.
Hay en ella tanta transparencia.
Y traigo la derrota de los siglos.

domingo, 10 de abril de 2016

Érase una vez (Mata mua)

"Mais c'est Donatello parmi les fauves" 
Louis Vauxcelles, crítico de Arte, ante las obras fauvistas.


Mata Mua
(Érase una vez)




Kirchner ha pasado de sanatorio en sanatorio. Los nazis le confiscan más de 600 pinturas. Destruye parte de su obra. Dicen que está loco. Por eso Doris t
iene el cuello alto. Por eso cree, un año después, que va a cazar gaviotas en el bosque y se pega un tiro que hunda definitivamente el color. Por el cañón de su pistola aparecerá el cielo rojo y el mar deformado, una mujer con sombrero, tres modelos desnudas que parpadean con miedo y un salvaje que escribe la palabra salvaje, mientras mira de frente a un general grasiento de un cuadro de Grosz. La prostituta de rojo busca una torre roja a la que rompe los cristales de todas las ventanas, de una en una. Por eso es un degenerado. Por eso, y porque sabe que su sangre conoce el cielo estrellado que dejó Van Gogh años antes. 
Y los colores no encajan.

Por el mismo cañón recortado aparece  Van Gogh intimidando a Gauguin con una cuchilla de afeitar. Luego se corta una oreja que envuelve, cuidadosamente, para entregar a una prostituta llamada Rachel. “Guárdala con cuidado”, le dice. Y ella la guarda como Marie recogió la mirada de Tolouse Lautrec –con ternura- antes de ingresar en un hospital. En un delirio nocturno, habla de Jane Avril. Luego pintará escenas de circo en las que los enanos son otros y soñará sin tener miedo a las arañas.

Necesito un puente sin arquitectura. Porque hay colores que son la jaula y son pájaro. Por eso necesito un puente que dinamite lo convencional. Por eso quiero ser primitivo, por eso rompo el color, por eso la intuición será mi diosa y la amaré sobre todas las cosas. También por eso, nunca habrá un manifiesto. Dame una forma y alteraré la línea, escribe con un dedo sobre el vaho de una ventana parisina Matisse. Ahora que pienso con la mano; ahora que araño con la gubia, recuerdo a Renoir con sus pinceles atados, obligado por la ceguera de lo bello. 

Qué lejos Mata mua, qué lejos el que cultiva las nueces.

Y Donatello siempre amará a las fieras. 


lunes, 4 de abril de 2016

Telegráfica (IV)


Llega el número 4 de la Revista Telegráfica con más de 50 colaboraciones en forma de relatos, poemas, ilustraciones y fotografías en torno al tema Vida Salvaje. Se pone a la venta el próximo 7 de abril y la presentación tendrá lugar en La Extra·Vagante Libros el 8 de abril a las 21h. 
Esta es la portada: Plumas negras para representar esa Vida Salvaje, obra de Criocrea estudio creativo.



miércoles, 17 de febrero de 2016

Aquí es donde nos fascina el relámpago

“Saberse a salvo mientras se cabalga hacia La muerte sobre un caballo pálido, mientras se ata, una misma, con dos giros de muñeca, al mástil del barco. Acertadamente supo medir el temperamento de la tormenta hasta quebrase, hasta quebrarnos. Y vivir”.
LPV


No hay héroes en estos poemas, ni lugares que sustenten a sus personajes, más allá de la metáfora del itinerario hacia Isla Decepción. Y el mar. Los que naufragan en esta historia son aventureros vestidos de tragedia que, sin embargo, aún creen en la utopía. Se asoman a sus abismos y a sus destinos. Hospitalarios con los supervivientes del fracaso, son tan reales como los protagonistas de una leyenda.

Pronto, más noticias.

 
https://www.facebook.com/CangrejoPistoleroEdiciones/photos/a.272190596253070.1073741841.271629392975857/604837649655028/?type=3&theater

martes, 19 de enero de 2016

¿Qué se siente en tierra de nadie?

"... a su entierro no fue ningún rey, nadie lloró por él"
La muerte debería ser un acto íntimo, tan natural como rebelde, pero nunca lo es. También debiera ser cotidiana, pero nuestra incapacidad de saber vivir nos impide morir bien. Siempre nos pilla desprevenidos, con el paso cambiado. ¿No será que, desde hace mucho, tenemos el paso extraviado?

Cuando una persona de la calle muere -en un albergue, en un hospital, en un cajero o en una plaza-, su muerte se silencia. Como si no hubiera nada que decir. Ah, que no se me olvide. Está también la Ley de protección de datos, que legisla su dignidad. La misma que no me permite decir el nombre del hombre de ojos azules, pero sí llamarle y verle como un yonki del montón; la misma ley que obvió sus necesidades -no es un tirado, es un enfermo- en una sociedad materialista, injusta y muy enferma. La ley que institucionalizó el frío en los huesos a través de políticas sociales que poco tienen que ver con el bienestar social y mucho con el escaparate; la ley de la caridad de código de barras.
 
Decía que esas muertes se silencian. Será porque no habrá nada que decir. Pero a mí, ese silencio me habla a voces. Y me lo dice TODO. Me dice que los que mueren solos nos señalan con el dedo; me dice que los excluidos nos convierten en los que excluimos; me dice que "desde este lado" difícilmente seremos capaces de reconocer el miedo y que nunca podremos llamarnos dignos si toleramos la injusticia.
 
Se veía venir que una persona "en esas condiciones" muriera, me dicen. Lástima que entre "esas condiciones" no hubiera sensibilidad. Sensibilidad transformadora. No le veo sentido a un albergue o a un centro municipal que actúa como un hostal -de camas rotatorias- en el que, cierto es, los trabajadores se implican todo lo que pueden, pero las políticas empresariales no calibran un balance humano, que apunte a la totalidad, más que a criterios de rentabilidad. Y nuestras políticas municipales lo permiten
 
Y, si se venía venir, ¿con qué herramientas contaban? ¿qué otras necesitan? ¿qué se hizo o se dejó de hacer? ¿cómo mejorar? ¿para que sirve una muerte en la habitación de un albergue si no es para tomar nota desde los despachos? ¿A cuántos más veis venir y calláis? Cada seis días, muere una persona en la calle.

Me entero de esta muerte por los compañeros de albergue de la persona que ha muerto. Y siento el duelo y el miedo. ¿Alguien se plantea qué siente una persona sin hogar que vive en el albergue cuando otra -con la que tiene poca, mucha o ninguna relación- muere?

Bienaventurados los que mueren entre adoquines, colillas o miseria porque sólo ellos nos señalan nuestra miseria.