domingo, 2 de septiembre de 2012

¿No ves tus ojos de plomo?


¿Qué más necesitas para oír tu nombre
pronunciado en el idioma que no existe?
¿Acaso esperas que la desesperación te habite
en los pasillos sin luna
de todas las noches del abismo?

¿Qué más necesitas para que derramen sobre tus lunas
toda la escarcha del viento
de las azucenas negras?

¿No ves tus ojos de plomo,
el frío abstracto de la arista,
en las pupilas de los que dicen que aún ven?

¿Hasta cuándo crees que podrá sostenerte
esa fiebre roja que te atraviesa
a contracorriente,
si tu carne es carámbano de alambre?

Mira cómo se dobla,
mira cómo se descompone
el gran basurero de marfil
al que llamas vida.


Crepúsculo - G. Grosz



Como lascas. A golpes. Detelladas humeantes. Como si la hubiera perfilado un bisturí en esa pretensión absurda de coser la piel que resbala. "Mi arte debe ser fusil y sable", dice el artista. Y George Grosz disecciona con su lápiz una ciudad muerta en vida. La metrópolis de Grosz es risa moribunda. Y ni con todas las prisas llegaremos a donde nadie nos espera.





Me pregunto qué culpa tendrá una ciudad de todas esas líneas agudas que se afilan en la carne, o de la mezquindad enconada en las ventanas. Qué culpa tendrá una ciudad de ser escenario de sus habitantes moribundos.
Hablan como un millar de delfines borrachos que lanzaran la típica risa delirante, a decibelios imposibles. Qué culpa tendrá el vidrio, o la cal, o el lino, de todo ese griterío ensordecedor y vacío; de toda esa opulencia grasienta que recorre las esquinas; de todos esos seres, embotonados, que pululan los burdeles de sus ojales. Pobres constructores ciegos que amasaron las puertas con las manos. ¿Qué hicieron de sus calles? ¿Qué alfombras de mediocridad sembraron en sus avenidas? Toda esa decadencia moral brotando en el desayuno para dar de cenar a las alcantarillas; toda esa hiel asentándose en los escaparates, refregándose en las barras de la carcajada hueca. Y buscarán luego espejos, pero no habrá ninguno que les refleje la distancia del anuncio de la lluvia o del despertar de un río.
Qué lejos la vida.

Pobre Berlin rica. Pobres ciénagas descompuestas con el síntoma inexorable de la decadencia. Babel herida hasta el tuétans. El inicio de la barbarie.
Y la suerte está echada.




La historia repetida hasta saciarse de sí misma.


Es el tiempo del eclipse,
el tiempo de la quemadura enquistada,
de la sombra,
de la momia,
de los exvotos.

Es el tiempo del sílex.

Me revuelvo en Grosz, en sus paisajes, en sus apuntes. En el esbozo que da paso a la pintura de la denuncia.

Los degenerados solo se reconocen llamando a los otros por sus mismos nombres.




Desde la otra esquina, Hopper descorre el velo de todas las cortinas y su película muda habla: 
La libertad nos hizo solos, dicen.

Hijos de la soledad,
padres del ocaso

The end.

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