viernes, 21 de marzo de 2008

Performance vital


Esta performance vital se celebró hoy en Madrid. El plante fue protagonizado por Igualdad Animal, una vez más. A diferencia de otros confundidos, por llamarlos de alguna manera (yo no lo pienso nombrar) el arte y el hombre, a veces, se visten (o se desnudan) de humanidad. Porque no es lo mismo hablar y hablar y bla, bla, bla, bla... de arte que hacerlo. Por supuesto, me refiero al arte del vivir, no creo que haya otro.
Ya le propuse al artista del perrito que se atara él mismo, en su galería, frente a la indiferencia del público (que era de lo que se trataba) y dejarse caer de hambre y de sed mientras un plato de lentejas humeara frente a él. Pero claro... no creo que tuviera alma de Gandhi. Ni arte.
En fin. Pedían que se firmara aquí para boicotear la obra de este impresentable. Ya, ya lo sé. Hay muchos más. Lo sé, lo sé, lo sé... lo sé.




domingo, 16 de marzo de 2008

Nació una vez un lugar para el encuentro
en una ciudad clara.
Todos los paseos rodeaban a los recovecos de la mañana
esperando el abrazo de un cualquiera,
de un perfecto cualquiera, sin nombre, que supiera
que los héroes de las guerras
y los dioses de olimpos y ocasos
le miraban, agazapados, asustados del poder de sus manos
capaces de girar la vida sobre sí misma;
sin ángeles, ni demonios, ni himnos, ni solemnidades
ni otros despojos escondidos en colores.

viernes, 7 de marzo de 2008

Juega con los libros hasta desmantelar los anaqueles de la memoria.

Toma arbitrariamente las dedicatorias de un porvenir,
las plegarias que cierra un sermón de horas,
las páginas impares de una obra miniada,
las jaculatorias profanas de las estanterías más bajas,
los capítulos 47 de tres novelas de lectura obligada,
el renglón justificado de un tomo gastado sobre la moral,
la inclinación promiscua del panfleto que rebosa dobleces,
la imaginación desmedida de la luz reflejada
en la vitrina que alberga la enciclopedia forrada de
tipografías doradas.

Juega, por favor,
Hacen falta rincones nuevos en los que quepan nuestras páginas.

lunes, 3 de marzo de 2008

MAR DE TEJAS

Hay un mar de tejas rojizas balanceándose a mi espalda.
Un mar de tejas ocres que,
-imagínate-
tropieza en la pendiente y logra sortearla.
Y resbala, como si fuera un inmenso tobogán de arcilla,
sobre la piel mimada por el musgo seco que allí habita:
un bosque en miniatura
acomodado a esa peculiar ladera,
morada fugaz de pajarillos asustadizos,
vulanicos que me recuerdan trazos
de mi infancia en una casa con tejado a dos aguas
e hilos desprendidos de madejas lejanas.

Ondas y surcos compuestos en perspectiva
-suponte-
formando un jardín colgante de un pasado estremecido,
frente a mi habitación de ventanas abiertas cuyos visillos
silban mientras siembran la rara lógica de la memoria...
Y mi memoria no vuelve a la casa de estilo inglés,
que habité de niña durante algunos veranos,
sino que se refugia en la malla cosida por remates
y encajes ocultos a la vista.
Y allí ondea quieta




En la Iglesia, desposeída del nombre de la costumbre,
-ya ves-
no hay habitaciones sacramentales que se mezclen
con los fantasmas de las historias.
Y todo, frente a mí, es como una inmensa
cabalgata del destino en pendiente.
Un festival que parte de un sereno látigo de cien cuerdas,
asentado sobre veinte nudos que ordenan las filas
que esperan saltar al vacío
cuando el poder de la mano que lo fustiga diga:
AHORA YA NADA.

Y mientras los sinos llegan, un canal postizo
-míralo-
recoge las lágrimas mañaneras creadas en la nocturnidad
porque ya no hay campanas que repiquen,
ni nadie que componga lunas a la luz de una sombra.

Y cuando nadie observa,
cuando crece la oscuridad luminosa en parpadeos
ocultos bajo nubes de tinieblas;
cuando calla el desfile de lo cotidiano,
el azar del derrumbe inexorable invoca,
de uno en uno,
los nombres congelados en el sueño
que ya no es capaz de imaginar
la sombra de una realidad ida.

Ocres piezas antes rojizas, medidas por parábolas
-adviértelas-
sacadas de algún muslo de mesuras huecas,
asentadas en el apoyo de una compañera
de su misma especie para dar cabida,
también en su contra, al aire.
Corriente a contracorriente,
lo cóncavo y lo convexo
intercambian gestos cómplices, para reunir
en esta composición de besos,
el escaparate alfombrado de afirmaciones
que se sostienen por las renuncias.

Y sobre las dudas ha crecido
–siempre por arte de la tierra encerrada-
pequeñeces superlativas coronadas por un pararrayos
que no se avergüenza de ser
hijo de una sola madre
y novio para la ira.

(A la espera de subirnos al nuevo tejado para poner la auténtica foto. Pronto, supongo)