"El estruendo que antecede al huracán.
Todo eso estaba en mí"
Esparcir vida.
Concentrar belleza.
Soplarle a la muerte seca
el blanco (o el azul) salpicado de aire.
Concentrar belleza.
Soplarle a la muerte seca
el blanco (o el azul) salpicado de aire.
Algún día te hablaré
de la orilla de la noche.
Hay vidas de vidas, cuadernos para vidas, sinvivires para vidas, gatos muertos en vida. Y más cosas.
Hay una mujer que sonríe si recuerda que te recuerda, si sabe que por uno de tus brazos es capaz de resbalar la noche (ella lo ha visto), aunque no haya brazo, o espalda, y sea de día cuando se acuerda que te ha buscado cuando las cosas que no existen parecen tener forma de aire, acera, lluvia, aspirina o certeza.
Hay una mujer que sonríe ante un congelador vivo, ante un reloj de hora perfecta -cruje el día que no es día- y ante unos ojos turbios; pero no se asusta, porque le devuelven el extraño ruido de una tarde de viento que, esta vez, no se ata al pelo, sólo lo desordena, lo justo par poder entender la letra -también desordenada a conciencia- de un loco que tiene una revolución pendiente. Y, cosas de ilustrados, las revoluciones tienen sus horas y un libro miniado que también incluye el perfil de cualquier costa.
También hay un puente romano (obra pragmática donde las haya) que se ríe a carcajadas viendo que empecé a escribir este texto hace media hora, antes de las interrupciones del teléfono, dos visitas y un mensajero. Vuelve el conejo de Alicia. Me dice que no hay prisa. Aunque me ha preguntado si sé si estás despierto.
[Esa mujer tiene ganas de apresurarse contigo]
"No sé qué cielos habrás visto"
Había que transitar por las preguntas. Porque todo era un medio para ser feliz.
Los gestos del amor son sencillos. Hojas secas, tal vez.
Y una luz por esperar.
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