domingo, 8 de septiembre de 2019

Somos memoria de cal y arena en las arrugas de nuestras manos. En cada sombra, la ropa planchada que dejamos abandonada en la huida y las ramas quebradas de una noche, que debió de oler a rebeldía y a estrellas. Con suerte, un cráter de Venus llevará uno de vuestros nombres.
Con suerte.
Antonia Maury conoce las estrellas por sus nombres. María Eimmart dibuja la luna en 250 ocasiones, hasta confeccionar un precioso mapa lunar. Ha comprado cristal pulido y fragmentos de espejo. Muchos años más tarde, Caroline Herschel descubre 17 nebulosas, cataloga más de 2.500 y descubre ocho cometas. Ellas saben que la bóveda celeste nunca fue celeste. Ni rosa.
Lo juran por Hipatia. Saben que un punto de apoyo es capaz de mover el mundo.
"De acuerdo a la segunda ley de Newton, la aceleración de un objeto es proporcional a la fuerza F actuando sobre ella e inversamente proporcional a su masa m".
Corren por sus muñecas sangre azul que es roja, y agua.
Y se saben hijas del comienzo. Por eso no renunciarán a llamar al misterio por su nombre, ni tampoco a bautizarlo con luz de mármol, latido de vientre o humo de sombra de espejismo.
Por eso no renunciarán a llamar al misterio por su nombre.
Por eso.

Las científicas de Harvard, hacia 1925.

Fotografía de Frances Benjamin Johnston, C. 1915.

El grupo de las calculadoras de Harvard, bajo la mirada del director del observatorio de la Universidad, Edward Charles Pickering. Harvard University